Cuando se habla de la protección de los cultivos, conviene entender primero a qué se enfrentan los agricultores en sus campos. Las malas hierbas son un reto constante para los agricultores. No sólo pueden robar nutrientes, agua y luz solar a los cultivos, sino que las malas hierbas pueden obstruir los riegos, albergar insectos y dejar semillas y fragmentos de malas hierbas en los cultivos cosechados.

Las malas hierbas con las que se enfrentan los agricultores pueden ser mucho más difíciles de manejar que las típicas plantas de jardín. Las malas hierbas como la hierba negra, por ejemplo, pueden multiplicarse por diez cada año si no se tratan. Las poblaciones elevadas de hierba negra pueden reducir las cosechas hasta en un 70%.

A lo largo de sus 40 años de uso, el glifosato se ha convertido en una herramienta indispensable para los agricultores que buscan mejorar la eficiencia, garantizar cosechas más productivas y preservar el medio ambiente.
El glifosato se aplica a las malas hierbas y a la vegetación no deseada; entra en la hierba a través del follaje, se distribuye por toda la planta, incluso a través de las raíces, y mata todas las malas hierbas sensibles tratadas con una sola aplicación.

Como con cualquier herbicida, el agricultor elige el momento adecuado de aplicación (por ejemplo, antes de la siembra, después de la cosecha) para aplicar el glifosato. Los cultivos tolerantes al glifosato dan a los agricultores la flexibilidad necesaria para aplicar los herbicidas en el momento adecuado y en las cantidades correctas sin afectar a la salud del cultivo. Si el cultivo no es tolerante al glifosato, reaccionará de la misma manera que las malas hierbas del campo y morirá.

En situaciones en las que no se dispone de un cultivo tolerante al glifosato, los agricultores pueden aplicar glifosato durante la temporada de crecimiento con técnicas de aplicación de precisión como la pulverización protegida o el tratamiento puntual para controlar las malas hierbas evitando dañar el cultivo.

Después de una aplicación, el glifosato se adhiere a las partículas del suelo y ya no es capaz de controlar las malas hierbas. Los microbios del suelo degradan el glifosato y éste no persiste en el medio ambiente. El glifosato no tiene actividad herbicida una vez que llega al suelo y, por tanto, no hay exposición a largo plazo para las plantas.